Entrevista

Ricardo Pochtar y el nombre de la rosa

Conversación con el poeta y traductor radicado en Gijón, España, donde ha desarrollado gran parte de su obra, tras exiliarse en 1976 a causa del terrorismo de estado que impuso la Dictadura cívico-militar-eclesiástica en Argentina.

Por Antonio Tello

Ricardo Pochtar, (Buenos Aires, 1942), llegó en 1974 a Francia para doctorarse en Filosofía y dos años más tarde pasó a España, donde lo sorprendió el golpe militar que impuso un régimen dictatorial en Argentina. Desde entonces ha permanecido en este último país, primero en Barcelona y luego en Gijón, donde reside actualmente.
Pochtar ha trabajado como intérprete en organizaciones internacionales (ONU, OMS, OEIA, etc.) y como traductor del francés, inglés e italiano para editoriales de Buenos Aires, Madrid y Barcelona. En este capítulo son celebradas sus traducciones de El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y, sobre todo, El nombre de la rosa, de Umberto Eco. En 2010, su labor en este campo fue reconocida con el Premio Internacional de Traducción Literaria Claude Couffon (Salón del Libro Iberoamericano de Gijón).
Su numerosa obra poética incluye Lugar diseminado (1993), Ciclamen (2006), El efecto mariposa (2010), Beneficio del asombro (2018) y Atajos y escaramuzas (2022), entre otros, en los que su poesía aparece atravesada por las tensiones existenciales que abruman al ser humano.

Ricardo Pochtar, estudió filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y luego en Francia ¿hacen de usted estos estudios un filósofo?
Debo reconocer que esos estudios, a los que dediqué todo mi empeño en una etapa formativa, me marcaron, pero no hicieron de mí un filósofo. Tampoco creo que ese haya sido mi propósito cuando decidí inscribirme en la carrera. De alguna manera sentía que estábamos en una época de la cultura en la que la figura clásica del filósofo ya estaba, digamos, desfasada. Por supuesto, el magisterio de los grandes filósofos todavía sigue siendo una gran fuerza inspiradora en el ámbito del pensamiento. 

¿Cómo fue su acercamiento a la creación poética?

Interés por la lectura de poesía tuve, como casi todo el mundo, desde la adolescencia. Pero mi dedicación a los estudios filosóficos tuvo como efecto negativo que prácticamente abandonase las lecturas que no tuvieran que ver con esa disciplina. Solo retomé mi frecuentación de obras literarias y específicamente poéticas cuando, ya en España dedicado a la traducción y con  la carrera académica en modo espera, empecé a escribir algunos textos que, sin duda ilusoriamente, me sonaban a poesía.

Dado que su obra poética se caracteriza por su preocupación existencial del ser en el mundo, en su extrañeza en él ¿Cree, como algunos, que la poesía actual -no me refiero a la mera versificación- trata de ocupar un espacio del que han desertado muchos filósofos en favor de la sociología?

Más que de deserción de los filósofos, prefiero hablar de una época en la que, como sugería antes, el tipo ideal del filósofo se ha desdibujado. Si, además de mirar a la sociología, donde sin duda hay ejemplos muy claros, nos fijamos en la literatura, podemos descubrir en autores como Elias Canetti una praxis del pensamiento que nada impide asimilar a la filosofía.  

Usted es una persona que domina varias lenguas -inglés, francés, italiano- y ello le ha permitido ser traductor de organizaciones internacionales y traducir a poetas como Giacomo Leopardi, Giuseppe Tomasi di Lampedusa (El Gatopardo) y Umberto Eco (El nombre de la rosa), entre otros ¿qué significa pasar un discurso o una obra literaria de una lengua a otra? ¿Qué es traducir?

Mi interés por otros idiomas, al fin y al cabo solo unos pocos, no se centró tanto en ampliar las posibilidades de comunicación, como en el deseo de acceder a obras escritas en esos idiomas o traducidas a ellos cuando no existían versiones en castellano y tampoco conocía la lengua original. Como estudiante de filosofía no podía limitar mis lecturas a obras escritas en castellano. Por entonces eran muy pocas las editoriales con colecciones dedicadas a textos filosóficos. Precisamente, el primer libro que traduje, junto con un compañero de la Facultad, fue una historia de la estética para una de ellas, la Editorial Nova. A partir de ahí me dediqué a traducir, primero en la Argentina y después en España, obras de humanidades, incluidas algunas de filosofía, como el ensayo de Vladimir Jankélévitch sobre La ironía. El nombre de la rosa fue mi primera traducción literaria. Pero fue con El gatopardo cuando más experimenté las dificultades y oportunidades que encierra la práctica de esta profesión. El traductor nunca puede estar seguro de que su texto, el libro traducido, es la versión adecuada del original que ha estado persiguiendo desde la primera página. Esa búsqueda y esa incertidumbre son esenciales en la aventura de la traducción. 

Señor Pochtar, usted salió de Argentina para doctorarse en filosofía en Francia en 1974, luego pasó a Barcelona donde, en marzo de 1976, lo sorprendió el golpe militar que abrió uno de los períodos más oscuros de la historia argentina ¿Cuáles fueron sus sentimientos y su reacción entonces?

Mi llegada a Barcelona, con la atmósfera de libertad que allí se respiraba a pocos meses de la muerte de Franco, se produjo unas semanas antes del golpe en la Argentina. Yo había vivido mis primeros 32 años en pleno barrio de San Telmo, así que desde el 55 me tocó asistir físicamente a la ejecución de una serie de golpes militares. En marzo del 76 pensé que la historia se repetía, pero no podía imaginar las barbaridades que perpetrarían los nuevos salvadores de la patria. Decidí quedarme en Barcelona hasta que aquello pasara. Estaba claro que no iba a volver a una universidad controlada por los militares.

Asumido el exilio en España ¿fue teniendo conciencia de los cambios, afectivos e intelectuales, que producía en usted el destierro, como la aculturación y el desarraigo?
Como admirador de la Ilustración, ese paso importantísimo en la historia de la humanidad e instrumento fundamental en la lucha contra el fanatismo, mi natural sentimiento de arraigo afectivo con el país donde había nacido se combinaba con la confianza en el cosmopolitismo y el internacionalismo. De manera que, por paradójico que parezca, antes que aculturación lo que sentí fue interés por lo nuevo que podía encontrar durante mi estadía en otro país, que tampoco era tan exótico. Pero, al menos en mi caso, eso que llamamos “subjetividad” es algo demasiado misterioso para tratar de captarlo con otros instrumentos que no sean los de la poesía.

¿En qué medida estas circunstancias afectaron su lengua, su trabajo y sus hábitos cotidianos?
Al tener que traducir para un público español, la necesidad de hacer ajustes en el léxico: acera y no vereda, chaqueta y no saco… Lo cual no fue demasiado complicado. Incluso entretenido. Más palabras. Un traductor ama las palabras. También la soledad, los momentos de tristeza, la sensación de impotencia ante el drama de mi país.

¿Cómo se han traducido todas estas vivencias lejos del lugar de pertenencia a su poesía?
Mi primer libro de poesía se llamó Lugar diseminado. Esta extraterritorialidad es un rasgo que con frecuencia se ha señalado en la literatura del siglo XX. La elección de ese título para un libro donde las referencias a la memoria y al olvido se reiteran no fue casual. En cierto modo, después de haber publicado una decena de poemarios, esa sensación de impertenencia, sin olvido, sigue vigente.

¿Diría usted que la Dictadura, además de provocar una quiebra ética en la conciencia social del país, también abrió un abismo entre pasado y presente de la literatura argentina? ¿Qué en esa generación diezmada también hubo poetas y creadores en general desaparecidos de quienes nunca sabremos nada?

Los desastres de la Dictadura son una temática que atraviesa no solo la literatura sino todo el espectro de la expresión artística posterior a ese período traumático. Sobre los aspectos estrictamente literarios que puedan ser distintivos de las obras escritas a partir de entonces, mi residencia en el extranjero y sobre todo mi formación no literaria me impiden aportar alguna idea interesante.

Después de tantos años ¿puede hablarse de una poesía exílica de poetas argentinos?

Habrá casos en que la trayectoria creativa del o la poeta refleje una quiebra debido a las nuevas circunstancias vitales. Pero, hasta donde alcanzo a percibir, y repito que no soy un estudioso de la literatura, no creo que sea un fenómeno estético colectivo. Claro que estamos en una época en la que los planteamientos de grupo tienden a ser sustituidos por la peripecia personal de cada poeta.

Si ahora, en lugar de vivir en Gijón, viviera en Argentina, donde parecen haberse instalado en el poder los herederos ideológicos de la Dictadura ¿qué haría?

Estaría desesperado y trataría de participar en las acciones de protesta que mis condiciones físicas me permitieran.