Lectura
Por Antonio Tello
Gracias al corazón humano / por el cual vivimos; / gracias a sus ternuras, gracias / a sus alegrías y a sus temores, / la flor más humilde al florecer / puede inspirarme ideas que, / a menudo se muestran demasiado profundas / para las lágrimas.
Estos versos finales de la “Oda a la inmortalidad”ii, de William Wordsworth, iluminan el sendero que me lleva a la lectura del último libro publicado de Gabriel García Márquez, el cual ha sido recibido con tantos ditirambos como denuestos. Mi lectura desdice tanto a unos como a otros.
Mario Vargas Llosa, en uno de sus ensayos, afirmaba con acierto que el principal fundamento de la vitalidad y riqueza de la literatura hispanoamericana era su histórico vínculo de sus autores con la poesía, aunque no hubiesen sido poetas. Es decir que, según el autor peruano, quien luego parece renegar de ese vínculo para acomodarse a los lineamientos estilísticos pautados por el mercado editorial, la gran literatura latinoamericana, adjetivo que me permite incluir aquí a la producción brasileña, se distingue y caracteriza por su naturaleza poética, la cual abre caminos a la imaginación para describir una realidad asombrosa, que ya advirtieron los cronistas de Indias. No en vano las crónicas de éstos, en los primeros tiempos de la Conquista, pusieron en evidencia el anquilosamiento de la fantasía literaria en el Viejo continente, que el genio de Cervantes clausuró definitivamente escribiendo El Quijote, dando paso a la percepción de una realidad tan natural y humana como asombrosa, o maravillosa como la definió Alejo Carpentier, que floreció en toda su exuberancia en la literatura latinoamericana.
Puede convenirse que “En agosto nos vemos” es un libro menor de la obra de García Márquez, pero también convenir en que en él late el talento del gran narrador y se siente viva la mirada poética de la realidad, propia de los grandes maestros de la literatura continental. La sencilla historia que aquí nos cuenta GGM fluye sin saltos ni sobresaltos creando las expectativas en cada uno de los recodos, en cada uno de los pasos de su protagonista, en sus represiones y en sus deseos, que no esquivan ni la magia, la aventura, el misterio o la muerte. Cualquiera que haya leído al menos uno de los libros de este autor hallará familiar en “En agosto nos vemos”, el lugar, los ruidos, los olores, los colores y hasta la voz de personajes más o menos secundarios que se cruzan con la protagonista. Todos los sentidos de este lector se abrirán para entrar en ese escenario tropical donde las pasiones bullen, aunque parezcan adormecidas por el calor y la humedad.
Graham Green escribió en una ocasión que para dar color local a un relato no era necesario describir todo. Si del trópico se trataba, según el autor de “Nuestro hombre en La Habana”, bastaba con mencionar en algún momento “el olor a la guayaba”, para que el lector “viera” el lugar. No sucede esto con GGM, para quien el lector ha de sentir y vivir el ambiente y sus descripciones no son meras informaciones, sino parte natural de la historia y por tanto recrean tanto las sensaciones físicas que experimenta el personaje como sus emociones y latencias del alma. “El chofer la recibió con un saludo de amigo y la llevó dando tumbos a través del pueblo indigente, con casas de bahareque, techos de palma amarga y calles de arena ardiente frente a un mar en llamas. Tuvo que hacer cabriolas para sortear los cerdos impávidos y a los niños desnudos que lo burlaban con pases de torero. Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules…”. Como en una naturaleza muerta de Caravaggio hasta podemos oler la fruta y en las huellas de su piel, el paso del tiempo y la cercanía de la muerte.
No, “En agosto nos vemos” no es un libro mayor, pero es el hermoso fruto de un narrador excepcional, para quien la flor más humilde al florecer / puede inspirarme ideas que, / a menudo se muestran demasiado profundas / para las lágrimas.
i Random House, Barcelona, 2024
ii “Oda a la inmortalidad”
Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.
Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba.
Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos,
porque la belleza subsiste siempre en el
recuerdo.
En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre;
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la muerte.
Gracias al corazón humano
por el cual vivimos;
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al
florecer
puede inspirarme ideas que, a menudo,
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.
WilliamWordsworth (1770-1850)