Desde el mirador
Por Kepa Murua
Mis amigos, los artistas, no quieren lanzarse por si acaso a un camino sin alforjas. Mis amigos, los escritores, tienen miedo de vivir de lo único que saben hacer que es escribir de lo imaginario. Mis amigos, los pequeños empresarios, temen por su poder adquisitivo en una sociedad que señala los números rojos. Y sin embargo, todos ellos han encontrado una salida digna a los ojos de los ciudadanos. Mis amigos mercenarios han decidido codearse con el poder para vivir sin agobios. Pero, ¿no representaba el poder una estafa para la libertad creativa? Eso se decía del poder subvencionado que, por lo que te da, luego te exige sus intereses con elegancia. En otras palabras, te lo quita. En tiempos de libertad, la mejor ficción es la subvención a fondo perdido, dicen mis amigos. Yo que si de algo puedo presumir por mis estudios es de economía, para no llevarles la contraria, prefiero explicarlo así: “donde el mercado no llega y el espectador alcanza, el despilfarro presupuestario permite vivir a los que exigen un reconocimiento por su labor creativa con un trabajo que es parte del bien común de nuestra existencia”. Mis queridos y detestables amigos –qué tipos tan raros y honrados– cuando les interesa, más que artistas, parecen políticos a la hora de confundir horario con trabajo, salario con remuneración, horas extras con dedicación exclusiva, precios con despilfarro. Toda subvención es amoral en un modelo de financiación capitalista donde si no eres un tiburón, al menos, deberías ser un pez que sabe camuflarse con el entorno sin que te hagan trizas a dentelladas. Así de sencillo, motivaciones aparte, la devaluación monetaria, el desplome de la bolsa, las oscilaciones del precio del consumo, la inflación y el mundo de los impuestos junto a los créditos con sus intereses son puro materialismo histórico si lo comparamos con las ganancias a fondo perdido de una especie en extinción fuera del control del mercado. Mis amigos que viven sin vivir a expensas del contribuyente disertan sobre la cultura del pequeño frente al grande. La fe que mueve montañas y arrastra países como los escaparates de las tiendas y las buenas intenciones en una fatídica expresión en boca de los escritores y artistas que levantan barreras sobre unas pocas ideas en materia económica. La ecuanimidad de las decisiones públicas a la hora de otorgar las ayudas que agradecen en privado, despierta en mí un profundo recelo porque siempre se dan a los que a la primera de turno buscarán cualquier pretexto para cambiar de rumbo. Pero con la bondad de los amigos no se juega, uno no elige a sus amigos y en el fondo, como les admiro, no quiero llevarles la contraria.