Lectura
Poeta ganador del XVI Premio de Poesía Joven, que organiza la Fundación Montemadrid en colaboración con Radio Nacional de España.
Por Isabel Rezmo
El XVI Premio de Poesía Joven, que organiza anualmente la Fundación Montemadrid en colaboración con Radio Nacional de España para reconocer el talento de jóvenes autores de hasta 30 años, ha recaído este año en el poeta valenciano Jorge Pérez Cebrián, quien firmó con el pseudónimo Charles Swann su poemario ‘Pero nunca los huesos de las aves’. El premio consiste en la edición y distribución de la obra ganadora, por parte de la prestigiosa editorial Pre-Textos.
Es importante acercarse a los jóvenes talentos que dan que hablar en la actualidad en el mundo poético. Jorge Pérez Cebrián (Requena, 1996) ha trabajado como gestor cultural y profesor en talleres literarios, y como conferenciante sobre la historia de la poesía universal. Actualmente reside en Valencia, donde estudia el grado de Filosofía y participa en revistas como ‘21veintiúnversos’, ‘Anáfora’, ‘Estación Poesía’ o ‘El coloquio de los perros’, entre otras.
Tras su traslado a Madrid en 2017 coordinó los eventos ‘Las noches de Eleusis’ e imprimió su primer libro, ‘La voz sobre las aguas’ (Valparaíso, 2019). El segundo, ‘La lumbre del barquero (OléLibros, 2021), fue candidato al Premio de la Crítica de la
Comunidad Valenciana en 2021. Más tarde, fue galardonado con el premio internacional de poesía Arcipreste de Hita, por ‘De cuánta noche cabe en un espejo’ (PreTextos, 2022), obra también candidata al Premio de la crítica de la Comunidad Valenciana.
Con su escritura, fundada en la filosofía buscando redescubrir los temas esenciales del ser humano y atraviesa una tradición a la que se rinde reverencia, Jorge Pérez Cebrián se suma a la lista de ganadores de este prestigioso premio, que el año pasado distinguió a Félix Moyano por su obra ‘Cuando llegue la hora’. Los anteriores galardonados fueron Anais Vega por ‘Secuelas del fuego’, Antonio Díaz Mola por ‘Apostasía’; Javier Temprado por ‘Ciudad cero’; Sergio Navarro por ‘Una imagen imposible’; Gonzalo Gragera por ‘La suma que nos resta’; Javier Hernando Herráez por ‘Todos los animales muertos en la carretera’; Erika Martínez por ‘Color carne’; Javier Vicedo por ‘Ventanas a ninguna parte’; Carlos Contreras por ‘El eco anticipado’; Andrés Catalán y Ben Clark por ‘Mantener la cadena de frío’; José Alcaraz Pérez por ‘Edición anotada de la tristeza’; Juan Bello Sánchez con ‘Todas las fiestas de mañana’, y Martha Asunción Alonso con ‘Wendy’.
Jorge, enhorabuena por tu reciente premio. ¿Cómo llegaste a la poesía?
Muchas gracias, Isabel. Mi acercamiento a la poesía fue, como todos los hechos que uno siente como decisivos, algo casual y dependiente de múltiples factores mínimos. Quizá podría datar el contacto más real cerca de mis trece o catorce años, cuando me di cuenta de que tras la llegada al instituto, había estado de algún modo postergando eso que pudiera ser yo realmente, acomodándome a los requerimientos sociales y deberes de grupo antes de permitirme hacer caso a lo que sentía como más propio. Una de las cosas que sentí postergadas era el sentir intensamente y saciar algunas curiosidades o reflexiones. No sé cómo di con él, pero al cabo de unos días había hecho mi primer pedido de libros: algún ensayo de divulgación científica y la poesía completa de Borges. Esta se me reveló como una suerte de magia matemática del lenguaje, un misterioso orden del pensamiento que era capaz de evocar una reflexión sentida o un sentimiento a través de lo intelectual. Sin embargo, me parecía algo tan lejano, tan inalcanzable, que no me atreví a poner mis pensamientos con ese ejercicio tan severo. Comencé a leer más, otros autores, casi todos motivados por las menciones de Borges en sus ensayos y el diario de Bioy Casares. Por esa época ya había empezado a escribir pequeñas piezas surrealistas en prosa poética de nulo valor. Conforme aprendía más, más me cercioraba de la labor que conlleva un poema, por ello abandoné esa forma de escritura y me propuse varias cosas: leer con una segunda vista nueva, esto es, dejarme sentir el poema en una primera lectura y, cuando algo funcionase sin duda en mí, tratar de adivinar qué juego, qué maniobra verbal se había operado secretamente, para anotarla e ir aumentando el saber técnico; más tarde, la tarea fue traducir del alemán a Hölderlin y Heine con ayuda de un diccionario, reinterpretando y aportando algo al significado original, ya que no sentía valiosos mis pensamientos y sin embargo debía llenar de algo de creatividad el estudio de la poesía. Conforme el tiempo pasó me atreví a escribir sonetos, tres de los cuales, están en mi primer libro para, finalmente, abordar cuando tuviese un conocimiento básico, el verso libre en un ritmo aprehendido y con temas esta vez propios.
El poeta ¿es más lector o creador?
No puedo hablar por todo poeta, pero creo que el poeta es un lector en el sentido más amplio de la palabra. El poeta, como toda persona, está recibiendo continuamente datos sensibles o reflexivos que resuenan en su interior, que se asocian y se ritman con emociones y evocan algo más allá del dato desnudo. El que lee el mundo con esta visión descubre la poesía como algo que los poemas tan sólo intentan agarrar con sus torpes manos, como algo para lo que el libro es sólo una ocasión más ergonómica. Este se convierte en una fuente de vida en la que podemos ser más intensamente. La parte técnica, sin embargo, cuando el poeta esta vez se propone adecuar esas emociones que todavía no tienen nombre, cuando busca devolverle a otro esa sensación que ha escapado del lenguaje traumáticamente, debe, creo, dejarse curtir por la lectura (salvando aquellos casos de genialidad, tan poco comunes que quizá no podamos usar como ejemplo). El ritmo, el orden de las palabras, la elección de las mismas, la imagen, el símbolo y los elementos retóricos que operan secretamente se aprenden así, a través del conocimiento de lo que
funciona y lo que no, a través de la escritura, pero esencialmente de la lectura en sentido estricto. El poeta lírico, hoy, elabora objetos que serían palabra, neologismo, si pudieran crear, pero la complejidad de la vida y el sentimiento lo obliga a formar algo en el tiempo, que señale lo que ya existe y que, sin embargo, no ha sido nombrado todavía. Hace, en fin, uso de los elementos de la tradición, del saber hacer, de la memoria, de la vida y la experiencia, para elaborar formas verbales que repliquen y comuniquen este hecho innombrado, aunque su deseo sea el de crear un nuevo lenguaje.
¿Somos portavoces/ portadores de la palabra?
Dependería por lo que entendemos por esos términos. La palabra, no podemos olvidarlo, es la moneda más común del intercambio con otros. La palabra se dobla, se transforma, se erosiona o hipertrofia y muta su significado a merced de la cotidianidad. Los poetas, salvo casos cuyo optimismo roza la ingenuidad, utilizan estas palabras tal cual vienen dadas por el uso común. Pero esa alquimia que surge con sus posiciones, imágenes, músicas y recursos sacan a la palabra de su circuito común. El libro de poemas, que mencionamos antes, es una suerte de altar donde ya de antemano se advierte que, como las palabras de la sibila, ya no buscan lo que busca la mera conversación. Están señalándose a sí mismas como si señalaran algo más. Por eso la poesía puede resultar difícil a una lectura demasiado denotativa o demasiado centrada en los significados explícitos, porque la poesía retuerce los barrotes del diccionario para dar con significados no necesariamente más puros, pero sí más cercanos a la idea que se intenta rodear como por un lazo. La palabra no tiene portavoz más que la voz que las porta, y el caso más común es el de la conversación, el discurso político, la publicidad, etc. pero la poesía advierte que esas vagas esperanzas monolíticas deben abandonarse a su puerta y experimentar sus nuevas formas para alcanzar nuevas orillas.
En tu poesía ¿tiene la filosofía un rol especial a la hora de afrontar el texto poético?
Mencioné anteriormente a Borges, pero debo mencionar también uno de los libros que poco después leí y que me fue de primera guía: la Historia de la filosofía Occidental de Bertrand Russell. Para mí este catálogo mínimo fue una puerta a los autores que más estimulaban mi imaginación e incluso la emoción. Toda esa época en la que abandoné mis estudios para comenzar esta educación, como dijera Bernard
Shaw, estuve estudiando sobre ambos asuntos, poesía y filosofía. Y no es porque sea un rasgo esencial de la poesía, sino porque mi manera de sentir así lo exigía. Hay quien siente en lo cotidiano de formas únicas y profundas, yo necesito algo más abstracto cuya unión con lo sensible de lugar a ese mundo que me conmueve. Pero la filosofía, fuera del ámbito académico, como ocurre con la poesía, no es un catálogo de nombres y un léxico técnico. La filosofía que hay en los poemas, no sólo en los míos, no tiene la sistematización del mundo que hallamos en los griegos, escolásticos o en Hegel y, sin embargo, nos sentimos en ese mundo. Esa pincelada o sinfonía nos coloca ya en la flor de esas perspectivas que trastocan todo lo existente y sugieren sus raíces pobladas de nuevos significados. El texto poético requiere esa apertura a lo distinto y, a la vez, esa actividad para formular y proyectar lo que uno es sobre él. Aunque en mi caso haya un disfrute, algo puramente hedonista en la lectura de la filosofía, aquella que hallo y que busco en mis poemas es una forma de síntoma que busca hacer sentir que todo tiene una dimensión y perspectiva que interpreta la existencia o lo humano desde otro prisma. A veces esto surge como algo irracional. Algo alógico. Y es que la verdad a veces se mueve en esa para-doxa, en lo lejano a la opinión, y en esa profundidad, esa tridimensionalidad que refuta la planicie de la vida, hay un aviso de que todo, absolutamente todo, puede ser algo más que aquello a lo que la inercia de la vida le obliga. Y eso creo que es suficiente.
¿Un verso que recuerdes...?
Recuerdo, a raíz de esta conversación, tres, que espero que no sea abusivo mencionar. Recuerdo a Dante, en el canto V del Infierno, como muchas veces lo recuerdo “Quel giorno più non vi leggemmo avante”. Cuando Paolo y Francesca, como encantados en la lectura de Lancelote, descubren ese beso, se sienten ellos, se sienten en el libro y al libro en sí. Descubierta esta poesía, pueden andar en el mundo de otro modo, pueden cerrar el libro y no leer más. Pueden besarse y sentir con intensidad, porque la poesía del momento ha cambiado sus vidas para vivir así. La poesía continúa, cumplida, en sus actos y, después de ellos, hasta siete siglos después, ellos son la poesía de quienes los leemos. “Debes cambiar tu vida”, dice Rilke que obliga la visión del torso arcaico de Apolo (y este sería el segundo). Un poeta no tiene por qué estar inspirado, pero es su obligación inspirar. No tiene que vivir en otro mundo, pero debe llevarnos a él, como tampoco debemos nosotros leer sino hacer por ser leídos en el libro. El arte nos habla de otras partes, de otras posibilidades si se quiere, pero siempre, curiosamente como se ha advertido continuamente, de algo más real y más nuestro. El tercer verso, o mejor, estrofa si se permite, es de Ezra Pound: “Pull down thy vanity,/ I say pull down.//But to have done instead of not doing/this is not vanity/To have, with decency, knocked/That a Blunt should open/To have gathered from the air a live tradition/or from a fine old eye the unconquered flame/This is not vanity./Here error is all in the not done,/all in the diffidence that faltered…”. Poco nos importa quién sea Blunt, porque el ejercicio poético consiste, cuando leemos la vida de esta manera, cuando nos imbuimos en la práctica de las minucias del arte, en llamar, en golpear levemente con el puño albergando una tradición inmortal, sobre la madera para que alguien abra esa puerta y viva. Y en eso, dice Pound, no hay vanidad. “Et tout le reste, – añadiríamos con un cuarto – est litteráture”.
¿Autores que te han marcado?
He mencionado a varios, que no pueden dejar de estar sin orden específico: Borges, Hölderlin, Pound, Rilke, Dante, pero debo mencionar a Eliot, a H.D., a Hermann Broch, a Proust, a Adorno, a Heidegger, a Kafka, a Robert Graves, a Virgilio, la Biblia, a Trakl, a Valéry a Novalis, a San Juan… Muchos me han marcado, de un modo u otro, y detengo aquí la enumeración para que, más que los nombres, se exprese la heterogeneidad.
Has obtenido el XVI Premio de Poesía Joven ¿que supone este reconocimiento?
Nadie escribe para sí. Aunque algo quede siempre de esa primera persona, ya sabemos que ningún hombre es una isla. Escribimos para ser leídos y sentidos por otros, por eso este premio que, como el anterior, el Arcipreste de Hita, más que un galardón económico, da la posibilidad de estar en una editorial que no sólo refleja para el lector una seguridad en la calidad, sino que además es parte de la formación y educación sentimental y literaria de casi todo lector. Y eso es un regalo inmenso. Que este libro haya sido leído por un jurado de tal calidad y haya considerado oportuno mencionarlo merecedor del premio es una forma de cariño, de sentir que la soledad de la escritura no ha sido en vano, que la vida de estudio y aprendizaje trae consigo más dones de los imaginados y, por supuesto, de estar al alcance de quien desee sentir con ello.
Viendo el mundo poético que te rodea ¿cómo sitúas la
poesía y qué cosas crees que deben mejorarse?
En alguna ocasión he hecho referencia a la pobreza léxica (como aquella aludida al referirme a los sentimientos que busca la poesía) para el caso de los géneros, que tan difícil resultan en toda teoría literaria. Creo que esta era, la de la posmodernidad, ha democratizado el acceso y posibilidad de creación y publicitación de la escritura, pero con ello no ha venido el reino de la gracia, sino que, acostumbrados como estamos a un sistema de apremios, de estímulos inmediatos y fáciles digestiones que cumplan exactamente con la expectativa, la poesía ha continuado con su nombre en obras que en nada podemos acercar a lo que habríamos entendido como tal hace medio siglo. Creo que existe una poesía, a falta de otro nombre, que cumple con los contenidos de las redes en esa necesidad de rapidez, identificación y pasividad lectora y que mueve a un público que no es el de esa otra poesía que los requiere para la lentitud, el juego de identidades y la actividad intelectual y emocional. De modo que en esas dos vertientes (habrá más cuanto más minuciosa sea la mirada) parece moverse el juego. Creo que sería una utopía, pero no por ello desdeñable, que el público lector pueda entrar por esa puerta e, identificando sus necesidades y anhelos, busque y penetre en la literatura que pueda llenarle y exigirle y tratarlo como humano y no un mero contenedor comercial de frases prefabricadas; que quien lea busque algo más complejo, algo que aun en términos de fruición acaba implicando, como hemos señalado, su papel en la vida misma y que no lo convierta en un instrumento comercial que ya es sólo una cantidad.
¿Proyectos a corto plazo?
Tengo una suerte de novela experimental, que mezcla el verso, la prosa narrativa y en ocasiones el ensayo. Su lugar no es, evidentemente, el de un premio literario, así que buscará su lugar cuando llegue su tiempo. A largo plazo trabajo en un ensayo sobre la deriva semántica de la palabra arte desde sus comienzos y es lo que más me mantiene trabajando. La poesía, por ahora, no me asiste más que por la vista y menos por la mano.