Lectura

Sobre Acquai, una bella inteligencia, de Silvia Barei

Por Julio Castellanos

El elemento agua, por su esencialidad originaria en lo existente, ha sido desde siempre largamente representado, aludido, metaforizado -es decir requerido- por el hombre y sus manifestaciones culturales. Principio inagotable y razón desde los primeros filósofos de la naturaleza, constituye el ser mismo del ser que nos habita.

Las aguas, ya mansas o violentas, claras o envenenadas por la corrupción de la materia, fluentes o quietas, siempre nos están significando, hablándonos, a veces repitiendo nuestros rasgos o modificándonos sin pausa.

Escribe Gaston Bachelard en la introducción de El agua y los sueños. Ensayo sobre la imaginación de la materia, de 1942:
“Reconocerá (el lector) en el agua, en la sustancia del agua, un tipo de intimidad muy diferente de las sugeridas por las “profundidades” del fuego o de la piedra. Tendrá que reconocer que la imaginación material del agua es un tipo particular de imaginación. Valido este conocimiento de una profundidad en un elemento material, el lector comprenderá que el agua es un tipo de destino, ya no solamente el vano destino de las imágenes huidizas, el vano destino de un sueño que no se consuma, sino un destino esencial que sin cesar transforma la sustancia del ser”.

Todos somos, en distintos momentos de nuestra vida, partícipes corporales y emocionales para con ese elemento que ya nos rodea, nos hunde, nos sostiene, nos repite y nos arroja hasta más allá de nosotros mismos, sin nunca dejar de fundirnos con el yo más propio, nuestro fragmento singular de totalidad.

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Acqua está articulado en dos capítulos: “El agua y el tiempo” e “Historias con agua”. En la primera, el agua aparece como un elemento evocativo que como tal también convoca, reúne, llama a lo convocado hacia la superficie, allí donde lo real se hace visible y de alguna manera pasible para ser enunciado, cercano; suerte de tiempo abolido: “El ruido del Agua no nombra los nombres de este tiempo. // Si escribo Agua / se moja / el papel / se mancha de tinta. // Nada tiene sentido / si caigo en el infierno / por un renglón avaro de luz / por el caos / por los dragones de las letras / por el vacío del nada decir / del nada sentir. // El ruido del Agua es el silencio de los nombres de este tiempo”. Agua, entonces, como superficie de flotación, espacio del nombrar y del callar en la sucesión llamada tiempo y también protagonista, instancia de ese marco de enunciación. Aun suprimiéndolo, sólo podemos articular palabras en el tiempo, en su pura duración, vibración del instante, como cuando el poema dice: “Canta una mujer en un balcón en lo alto / ese espacio entre ella y el mundo. / Se asoma al horizonte y quiebra el silencio / su perfil de sirena / su perfil de soprano. / Su voz es Agua que tiembla.”.

Agua unida por elementos de amplitud sinestésica: “Cruje el agua con tonos altos /-imprevisible- y con alas tensas” la que en su esencia misma de blandura fluente se mezcla con el sueño, en tanto éste parece estar hecho de su misma sustancia: “El sueño vuelve todo redondo o espiral mientras crece la / dimensión de la noche. Y algo como un Agua turbia diluye mi rostro / abre el corazón a la pesadilla / Empiezo a flotar para escaparme”.
Y allí, como materia creciente de agua-sueño: “Un manantial se desborda / y abajo / pasa -también flotando- / vestido de gris, / mi padre.” Aparece en el plano textual una significación paulatinamente emergente, gracias a la enunciación: “Olas perdidas se asoman a las ventanas. / Esta casa / arrasada por el diluvio / no tiene orillas.”

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La segunda parte del libro lleva, con acierto, el título de Historias con agua. Se trata
precisamente de un conjunto de poemas que aluden a aconteceres, fragmentos de situaciones, personajes, lecturas y en general acciones que tienen que ver con el elemento agua inscripto en los retazos de lo real. El agua se hace adverbio, particularidad de la acción, accidente: “Cruzan el río / vadeando los pasos conocidos / sin dudas / sin consternación.
// Cuentan con la noche. // Las luces de la otra orilla / la silueta de los árboles…”. Agua instalada en el acontecer, revuelta con las ocurrencias de
los seres y la cosas: “No hablo aquí del agua cristalina / sino de las infinitas lágrimas en los rostros / del naufragio en un mar de arena de todas derrotas prendidas en los costados / las bocas secas / la lengua pastosa / que sólo nombra muertos. // Hablo inconsolable / del oasis / que no podrá ser / sin tu verdad ni tu perdón.”, allí donde una cruz de sal “apenas dibujada / se deshace / en los charcos.”

Todo culmina en la Coda final, cuando la poeta escribe: “El sudor en el cuerpo / las mantas / las aspirinas / la mano de mi madre / las compresas / el líquido a sorbitos / y un sueño persistente: / un niño, una cajita de música / un río lejano y transparente…”

El agua pasa por esta Acqua de Silvia Barei y su pasar nos deja más cerca de nosotros
mismos rodeando, meciendo y arrojándonos a lo propio; precisamente a nuestra condición del agua que somos y nos significa.
Una bella inteligencia se manifiesta en este poemario, que hace del protagonista apelado el atributo mismo -originario y final- de su expresión, de su líquida materialidad, en tanto es forma que nos forma.

[1] Aqua, de Silvia Barei, Ediciones del Callejón, Los Hornillos (Cba.), 2024.