Lectura

Dialogando con la Bruma de Jorge Vocos Lescano

Por Martín Ávalos

La Bruma sin peso y sin raíces, desde el principio y por el aire, libre, sin ligazones, sin ataduras. Porque con el sol que la penetra, y el cielo inmenso que deja entrever, y la calma, la infinita calma que en el corazón pone, esa bruma no podría, no puede ser menos que la salvación. 
J.V.L.

   Tomando Don Javier y la bruma su libro en prosa de 1986 (1) podemos leer esas sutiles capturas de sensaciones y estados que nuestro cantor de las palabras registra como vivificador del momento efímero y anónimo del cosmos. El libro todo es un llamado a la atención de lo sutil-fugaz y su modo. En la solapa de la tapa la poeta Lila Perrén de Velasco se pregunta “¿Por qué el hombre escribe Poesía? ¿Qué causa lo lleva a expresarse por medio del canto? Para Vocos Lescano se trata de una necesidad; es el cumplimiento de un destino, la justificación de una vida”. Y así es: el canto es un acto de justicia a la cimiente del pulso. 
   Con cada rama entregada devotamente a sí misma -frente inclinada sobre un libro, páginas que se repasan una y otra vez-, los grandes sauces de la orilla de este río serrano no hacen más que mirar las claras ondulaciones del agua que transcurre.

   Así da comienzo J.V.L. al libro donde en esta narrativa pareciera inmovilizar a la maquinaria fabril y estatal en una descripción que pretende visibilizar la santidad cotidiana de esas ramas, cada una de ellas, que se entregan a la contemplación, cual lector de libros, en esa orilla del río serrano mirando el arroyo pasar y seguramente confundiéndose en Él. -Saucearroyo- como lo describiera Edith Vera otra gran poeta de lo pequeño, de lo cotidiano y de lo natural. Permítanme transcribir a Edith en este momento:

-Si buscas alivio para esa risa que se adueña solamente de tu boca cuando tiemblas de miedo, busca el sauce. Él nunca ha sabido bien cuál es la diferencia entre la realidad y los sueños. No sabe bien si él es el que está pegado a la tierra o el que viaja en el agua de los ríos. Y ese desacomodo aparente es su vida. (2)

   Sigue nuestra Poeta aportando colores con la figura del sauce y el río. En su libro Con trébol en los ojos. Vida y obra de Edith Vera de Marta Parodi (3) leemos:

Cayó el azul

corrió

y se hizo el río.

Se elevó el verde,

lloró

y se hizo el sauce.



   Pero volviendo al ritmo de Vocos Lescano en su Don Javier y la bruma leemos sobre el arroyo:

   Desde que construyeron el dique, del dique viene. Pero su origen hay que buscarlo más lejos, más allá, aunque es difícil precisarlo con exactitud porque al ser un río muy chico los textos de geografía no le llevan el apunte y no dicen palabra. En algún lado, no obstante, tiene que nacer. Y desde que nace y se pone en movimiento, no hace otra cosa que enriquecer el latido de su caudal con las distintas claridades del cielo, con las vibraciones ardientes de la sierra, con lluvias y rocíos, con el zureo melancólico de las palomas, con el oro de las vainas de los algarrobos, con el chapoteo de los cascos de los caballos y de las mulas y de los burros sueltos, con los silencios de las arenas dormidas y de las arenas despiertas, (…)

   Para terminar diciendo al final del extenso párrafo del cual sólo transcribo la primera parte:

(…) Transparencia de transparencias, levantado gozo, colmada beatitud. Y así hasta llegar a esta parte de la orilla donde los grandes sauces penitencialmente lo aguardan, y sentir la quemante avaricia de la sombra con que ellos abrazan a su corriente. Aquí termina lo que fue, no hay más memoria. Y sólo Dios sabe si no es esta la verdadera fuente, si no es aquí donde el río comienza de una vez por todas a ser río.

   Todo lo dicho por nuestro autor está plagado de Yupanqui. Así se me figura. Así lo respiro entre sus páginas. Quizás es el sentir de una época: Atahualpa Yupanqui, Edith Vera, Jorge Vocos Lescano. ¿La Poesía de ellos nace en sus textos? ¿Nació antes y el río o el árbol fueron el canal por donde fluyó el verso? ¿Su Poesía, en una palabra, es anterior al Poema? ¿El arroyo nació en las piedras primeras del cerro o allí donde supuestamente muere? ¿En mis sierras del oeste o en Ansenuza es donde finalmente pueden dedicarse a vivir nuestras agüitas santas que bajan? ¿Será que librándonos de este cuerpo romperemos el círculo de sufrimiento al que parecemos atados? Leyendo a nuestros Maestros siento que me aflojan el suncho del cuello y el respirar alivia el soncko (corazón en quichua santiagueño) (4) de esta pena antigua (5). 
   Muchas veces se adquiere el ridículo ante el otro por el suave estremecimiento que causa la palabra, el sonido, el perfume, la piel… En tiempos donde uno percibe cierta (bastante) rigidez empática el ocultismo emerge (vaya paradoja) ante las pedradas que ya no conservan silencio, sino que proyectan el odio del sin razón. Ay, ay, ay… el círculo de Amor no expande, sino que comprime. 
   ¿Y este lamento personal que suelto tiene relación alguna con la Bruma de Lescano? Entiendo que sí, que el diálogo que se entabla entre el texto y el lector se manifiesta en sentires y palabras que se ponen a consideración de quien desee. Porque parte del texto leído uno lo “trasiente” (término de libre creación para significar que lo siente y trasciende, a uno, en ello) con las vivencias propias y así el espíritu personal, el del autor, y otros también, rondan nuestro aire cubriéndonos de protección. Y sino hagan la prueba de lo que digo con el siguiente fragmento:

Traspasada la dulzura, la gramilla espera. Ella, que acaba de ver los estremecimientos iniciales de los anuncios del alba, (…)
¿Y? ¿Lo experimentaron? ¿Vieron que no exageraba una vida? Al contrario: lo vivenciado por mí es tan finito que necesitaré de completas encarnaciones y visitas a los infiernos para poder ver luz mayor en la palabra del otro. ¡Dios, que vivir enredado en mis errores y soledades no me prive del cielo compartido! 

 
En búsqueda de lo perdido

  El relato es un diálogo con cosas del pasado en la búsqueda de su padre o de Él mismo. La primera parte parece comenzada a escribir en el interior de Cba donde el autor solía pasar sus descansos (Río Ceballos); lo digo por el tempo que lo sostiene. De allí la mención a esa niña que escucha las campanadas que nadie oye en el poblado serrano. Luego vendrá el ajetreo que parece más bien el de la Ciudad de Buenos Aires y su lucha contra el olvido del Ser. 
(…) también yo dejé la provincia (Se refiere a Cba) siendo un adolescente (…) la vida en la Reina del Plata es un permanente desparramo y las obligaciones no dejan lugar para tertulias (…)

   Leemos aquí cómo menciona dos cosas: una su partida de su provincia natal a la capital del país, y la otra, cómo el permanente desparramo y obligaciones no deja lugar para tertulias. El contexto citadino sumado a la agitación de pensamientos del ayer provocada por la evocación de vivencias y los sobresaltos de la presencia del pasado mismo marcan un ritmo ya en las primeras páginas que se sostendrá hasta el final. Entre tanto trajín Vocos se descuelga (¿o más bien se cuelga?) con oraciones que suspenden:

La gramilla no lo sabe, pero ocultamente lo palpita, que es otra forma de saber.

   Pero volviendo a la búsqueda de eso perdido y que se intuye y se desea recuperar nos dice:

¿A quién podría recuperar, a partir de referencias tan insustanciales, la figura de nadie? ¿De qué modo tal escasez, con tal parvedad, recomponer una presencia, el diseño de unos gestos, el timbre de una voz, los movimientos de unas piernas o de un brazo? 
   Vocos Lescano nos hace detenernos en los segmentos, en las partes, en las pequeñas piedras del cerro, en la gota que salpica el arroyo, en la raíz sobresaliente del sauce. 


La Madre, un Velo de Amor y Dulzura

   Al escribir este libro a este padre y el recuerdo de aquel niño, y al tener a su madre viva en ese período, es recurrente el recuerdo de ella. El tema del que emana tanto cariño y dulzura es el cómo la recuerda, ya no Bruma sino Velo de Amor, veamos: 


Por eso, lo único que me importa. Lo único que quiero saber, es si alguna vez, al tomar el violín la mamá, al empezar ella a soltar el alma desde las cuerdas, pudo usted ver los geranios y las retamas y los jazmines de los patios volver todas las flores, y hasta estirar las ramas, buscando desprenderse, volar se dijera, en dirección de donde la música nacía, de donde brotaba el incandescente llamado. (…) ¿Pudo usted? ¿Y no vio, no llegó a ver en el perfil de la mamá, por sus cabellos, por sus hombros, por sus manos, el centelleo de una claridad, un nervioso e incesante juego de encontradas luces, de muchos soles y lunas y estrellas rondando, eso, en fin, eso que los ángeles, cuando el amor los traspasa, cuando la dicha los acosa, desatan ante nuestros ojos para hacernos saber que han venido, que aquí están porque aquí está la hermosura? ¿Pudo, pudo usted? Acaso no (…) pienso que casi seguramente no, lo que significaría que usted, siendo dueño del cielo, se quedaba sin entrar, ajeno, (…) Y lo grave, se me ocurre, es que en algún momento usted pudo entrever, presentir tal condena del azar, el inmerecido abismo ante el cual la suerte lo había colocado. De haber sido así, esto inevitablemente le tuvo que haber arrimado otra soledad, otra sombra para el desacomodo y el desabrimiento y el despegue y la desgana del corazón.

   ¡Cuánto amor al padre en ese reproche de adulto! ¡Cuánta necesidad del abrazo no dado tantas veces a ese niño, a ese hombre! Jorge, que la inmortalidad se lo haya permitido.



Otra mirada posible

   Poder mirar así el mundo, así la realidad, así los recuerdos. Con el sutil condimento de lo leve, con el “rumor de la flor”. Es lo único que ordena el caos: la poesía. Cuando han perecido los valientes que nos defendían, sólo nos queda la memoria del poeta. 


Séame permitido, pues, eludir lo racional y ampararme en la vaguedad, que (…) se lleva mejor con el misterio, que es lo que en verdad cuenta. (…) acaso no hay otro indicio válido que el ritmo de la respiración, que es el que refleja a su manera la medida de la descarga del alma.

   Uno trascribiría tantos y tantos pasajes del libro porque Lescano invita al silencio, invita a la pausa. Desde aquí se percibe que con lo transcripto y comentado ya hemos hecho el cumplido del cometido de difundir a nuestro querido poeta y rendirle humildemente nuestro sentido homenaje. Porque aprendimos que la expresión es un Derecho y un Deber a la hora de la sumatoria cultural y social, no podemos estar esperando que los medios empresariales de la comunicación se acuerden de los grandes seres que caen en el olvido y, lo que es peor, también tiende a desaparecer su mensaje de paz, amor, silencio. 


Una pequeña mención antes del final

   El libro que tengo en mis manos, y que es un regalo, contiene dos dedicatorias que no puedo dejar de transcribir; con ello pretendo continuar intentando arreglar esas porciones de universo que siento descalibradas por la prisa del trajín y la urgencia insensata. Sin más que agregar así me despido de este hermoso viaje lector.

Dedicatoria 1:

Para Aldo Parfeniuk esta inútil y melancólica búsqueda del padre perdido en la niñez, con un fuerte abrazo de un amigo.

Jorge Vocos Lescanao 
Bs. Aires. Septiembre de 1988.-



Dedicatoria 2: 
Dejo en manos de Martín Avalos -digno depositario y conocedor de la obra de J. V. Lescano- este legado de su talento poético y calidad humana: sé que Vocos, con una sonrisa, está muy de acuerdo.

Aldo C, Parfeniuk (6)

C. Paz, III / 2023



Final

Si a la caída de ese atardecer, en el umbral de la nochecita, a la mamá le hubiera sido dado tomar el violín y pulsarlo, el mundo habría estallado.

Jorge Vocos Lescano



Notas:

(1)  Don Javier y la bruma, Jorge Vocos Lescano, Bs As 1986. Edición de autor Imprenta Mercatali.

(2)  El Herbolario, Edtih Vera, edición digitalizada por Aldo Parfeniuk cedida por el Maestro.

(3)  Con trébol en los ojos. Vida y obra de Edith Vera. Marta Parodi. Editorial Plus Ultra. Bs As. 1996.

(4)  Bibliografía consultada Diccionario Castellano-Quichua santiagueño. Domingo A. Bravo. Editorial Dunken. Bs As 2017.

(5)  La Añera, zamba de Atahualpa Yupanqui: Yo tengo una pena antigua:/ inútil botarla afuera, / y como es pena que dura, / yo la he llamado la añera.

(6)  Aldo Parfeniuk: Poeta, Ensayista, Docente. Nació, escribe y vive en Carlos Paz, Cba.